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Mostrando entradas de enero, 2011

La luna se siente sola

Hoy de camino a mi casa, me detuvo una hermosa imagen. Frente a mí se detuvo, con sus curvas perfectas gracias al momento de plenitud en que se encontraba y jurando que la escuchaba me habló como a pocos se atreve. Me siento sola, acá arriba. Si supieras cómo el firmamento es de hermoso pero frío. Esas pequeñas juegan a mi alrededor pero no siempre me invitan a hacerlo, dicen que algunos días jugar al escondite no les gusta, tiendo a ocultarme muy bien en el negro. Me siento sola. Tengo la atención de muchas y muchos, algunos tienden hasta adorar mi forma cambiante. A veces lloran cuando me tienen cerca al compás de una guitarra o del penetrante violín; acumulan sueños a mi alrededor solo dejando en mis ojos las ganas de cumplir mi propio anhelo. Me siento sola. Vivo con la promesa de luz propia, sin embargo me mantengo cada día a la mercé de aquel, al cual no soy presentada, pues teme verme o tal vez nunca tendrá el valor de dejar sus deberes como gran señor para vivir

Hay días de días... Días de enfrentarse a la vida

La vida da todas las vueltas que quiere o las que la dejamos dar. Pues hay momentos en que se detiene. Sí, se detiene en las paradas que nunca imaginamos. Pues cuando se le ocurre detenerse llega un punto en que nos deja pensando ¿y ahora qué? Esta pregunta lleva a un enfrentamiento con el corazón, con el alma y con lo que somos. Pero ante todo, nos enfrenta a la decisión más difícil de la vida: encontrarnos a nosotros mismos. Un acetato en el dedo, un mapa, la brújula de Jack Sparrow, ver hacia donde está la puerta de la iglesia o la estrella del norte... no, no ninguna sirve cuando a la vida se le ocurre detenerse. Así que enfrentarnos a nosotros mismos solo se hará acompañados de nuestro pasado y nuestro presente; así encontrar la gasolina para que vuelva a caminar. Pero me dijeron que existe una forma de no hacerlo sola, así que, en esta parada extraña, en este pueblo desconocido me dedicaré a encontrar eso que no conozco para enfrentarme a mí y luego convencer a la vida que

Por rajona

Pensaba en escribir versos luego de alardear sobre mi facilidad de conectar mi mano con el corazón. Decidí escribir sobre sentimientos, sobre las ganas de no sentir, de no querer existir. Me senté creyendo tener claras respuestas a preguntas que me hacía ayer con la misma facilidad con que hablé. Ahora, ante un espacio en blanco, ante arrepentimientos y confusiones, ante muchos sentimientos bajo mi cabeza porque no se que escribir.

Carretillos y flores

La mujer, pensando en la juventud que se va entre los días, esperando a un hombre que pasa el tiempo pendiente del movimiento entre el palo y el llegar de las pelotas a un hueco más profundo que el amor inspirado a él. Era momento de decírselo; ya sus tardes traviesas en las que podía descargar su deseo y las necesidades de la piel con los que llenaban su corazón de chocolates, flores y poemas durante el último año, no bastaban, más que su pomposo modo de vida no tenía faltas en los aspectos materiales. Ella, no hablaría de su traición, solo infundida por la soledad. Justificaría su pecado con un pecado más grande: la falta de amor que él le proporcionaba. El hombre: llega a las ocho en punto, como acostumbraba un sábado por la noche. Su carretillo suena por las escaleras. Él solo piensa que no quiere verla, que es más emocionante la sensación del gane que el amor de esa, la que ya ni le interesaba conocer. ... Se abre la puerta. Ella lo mira. Él reconoce esa mirada, ba

No quiero escucharte

Toda la música que una joven quisiera escuchar, más un toque del pasado, la insistencia del presente no tan presente, con conversaciones de acá y allá dan como resultado el extraño sabor de no querer verte. Esa fue la nota que se atrevió a dejar ella en el escritorio cuando pasó por su oficina. Continuaba. Disculpa mi forma de escribirlo casi matemáticamente. He esperado días por verte y la verdad no se me place sentirte. Ni si quiera hablar se me antoja. Parece que la Bruja Blanca de C.S. Lewis me ha visitado esta madrugada. Estando separados por unos kilómetros, el corazón de ella estaba acostumbrándose a no estar con él, a disfrutar otras conversaciones. Habían dejado de hacerlo de por sí. Solo te pido, no hables. Ya diría Federico a Ana: "A cada instante escucho algo que me domina. Baja usted la voz, pero puedo percibir los tonos de esa voz cuando se pierde entre otras" (J. Austen). Solo de repente quiero estar lejos de vos sin estar bajo la magia de tu mirad