Tomé la entrada entre mis manos, no supe si fue o no adecuado, pero debía entrar. Toda su promoción prometía al público presentar en las tablas una historia inolvidable. El reloj daba las cuatro de la tarde y una cortina negra separa mi camino entre la carretera y un mundo ensayado.. Primera llamada. Subo las gradas del teatro, mucho más pequeño que las estructuras hechas del café o con nombres pomposos, menos con asientos suaves o sonido majestuoso. Al encontrar mi asiento tengo a la derecha una juventud sonriente, a la izquierda la vejez que exhala experiencia. Segunda llamada. La otras filas se van llenando, en silencio espero a ver como se engalanará la tarde. El escenario es pequeño, cinco metros a lo mucho, con piso de madera y rodeado por una manta negra. Tercera llamada. Dos minutos después bajan las luces. Se enciende el escenario. Poco a poco artistas presentan sus obras, aplaudir es casi automático, ya bien se sabe que el arte es subjetivo, no soy quien para criticar.
Pase adelante, equivocarse es una opción y levantarse LA opción, que aquí la libertad que tenemos es la de aprender a vivir.