La mujer, pensando en la juventud que se va entre los días, esperando a un hombre que pasa el tiempo pendiente del movimiento entre el palo y el llegar de las pelotas a un hueco más profundo que el amor inspirado a él.
Era momento de decírselo; ya sus tardes traviesas en las que podía descargar su deseo y las necesidades de la piel con los que llenaban su corazón de chocolates, flores y poemas durante el último año, no bastaban, más que su pomposo modo de vida no tenía faltas en los aspectos materiales.
Ella, no hablaría de su traición, solo infundida por la soledad. Justificaría su pecado con un pecado más grande: la falta de amor que él le proporcionaba.
El hombre: llega a las ocho en punto, como acostumbraba un sábado por la noche. Su carretillo suena por las escaleras.
Él solo piensa que no quiere verla, que es más emocionante la sensación del gane que el amor de esa, la que ya ni le interesaba conocer.
...
Se abre la puerta. Ella lo mira. Él reconoce esa mirada, baja dos segundos sus ojos.
A los pies de quien una vez amó encuentran dos maletas, símbolo solo de una nueva paz para los dos.
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