Era tiempo para jugar de nuevo, solo que esta vez el juego era triangular. Ella lo sabía, debía guardar y lanzar las cartas en el momento indicado.
Aún no estaba segura quien lanzaría primero, si ella o él, pero de que habían dos participantes dispuestos a jugar, los habían. El tercer jugador estaba allí por "default" y la verdad solo veía sus cartas de vez en cuando.
Así que empezó; cómplices y rivales, conociendo la facultad incierta que un As posee de construir y destruir, con todas las ganas de ganar y con todas las posibilidades de perder.
Se tiraron las primeras dos cartas. Entre risas y algunos tragos el juego se volvió ameno.
Se lanzo la tercera, el juego no podía alejar o sacar al último jugador de la vuelta.
Ella omitió casi por completo la carta visible. Volvió a atinar. Él, fascinado por la coincidencia, probó suerte y comprobó que había una fortuna particular.
Tercera carta, segunda ronda, casi inexistente, pero relevante.
El juego se volvió emocionante. Ella no sabía si fue el aire tan notorio o sus habilidades de publicita, pero ya habían observadores cerca de la mesa.
¿Cómo no pensó que desde atrás se ven las cartas y si se perciben los tres jugadores?
La intervención de otros dio paso a una sola cosa: ella volvió a jugar solitario, aún sabiendo que uniendo las cartas con él, habría una flor imperial.
Él solo recordaba, pues debió continuar jugando con quien no estaba convencida de mirar sus propias carta.
Lo malo: no había mesa para unir dos juegos tan completos.
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