Hay un inevitable momento, que viene de improviso pero alimentado de otros pequeños instantes.
No es como el primer amor, es más parecido al enamoramiento de los 20 años pero sin mariposas, solo conservando la necesidad de estar presente, del abrazo como detonante expresivo y del beso como caricia necesaria.
No es como el primer amor, es más parecido al enamoramiento de los 20 años pero sin mariposas, solo conservando la necesidad de estar presente, del abrazo como detonante expresivo y del beso como caricia necesaria.
Ese despertar de lo incondicional y las ganas de dar pequeñas alegrías... pensar más en lo permanente y sin afán de lo inmediato.
Se vuelve un extraño proceso entre la facilidad de sonreír y llorar de la niñez, con la picardía de la adolescencia.
Cuando no queda otra que la complicidad de los chistes internos y las frases con muchos sentidos, secretos vividos.
Ese inevitable momento en que descubrimos que queremos a alguien y se convierte en el amigo (a).
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