Son las 5 am y suena la primera de tres alarmas que transcurren a través de una hora. A las 6 am es hora de despertar, ver por la ventana para escoger la mejor vestimenta, el mejor peinado y comenzar el día con la mejor sonrisa.
Llegar al trabajo con un "buenos días" y comenzar la labor. Día tras día entre semana se repite la historia. Durante el día las cosas varían, algunos con logros, otros con pérdidas y muchos otros con un "falta que..."
Igual, la sonrisa, y la decencia se mantiene. No importa lo que falte o lo que saliese mal, aprendí con los años que gano más sonriendo que haciendo mala cara, tanto así que aprendí a sonreírle al mundo, a encontrar soluciones, a usar menos "no" y ofrecer más "sí".
Me convertí en la mejor amiga, la que escucha y trata de estar allí a pesar de poco tiempo para repartir, la mejor hermana ya que es mejor estar ahí que no estar (es gratificante), la mejor novia porque no hay nada mejor que tener una buena relación, ser comprensiva y entender. La mejor hija: obediente, educada, amorosa y útil. La mejor compañera, siempre servicial y con ansias de aprender. La mejor empleada y líder, siempre eficiente y con soluciones. La mejor alumna, sin críticas ni preguntas (de por sí, no he encontrado un profesor al que le importe mi opinión).
La mejor versión de mí anda por las calles: la que logra, la que no tiene miedo, la que funciona y sonríe.
Llega la noche y el papel se acaba poco antes de las 9 pm, cuando ya estoy cansada por un largo día y una cantidad grande de personas que aún dicen "podrías haber hecho...", "yo cambiaría..." y muy pocos de "que bien hecho", no porque esté mal lo demás, si no porque a nadie se le queda bien nunca (así que está de sobra escuchar muchas de las insatisfacciones).
Pero a esa hora, a minutos de entrar a mis sueños, acostada sola en la cama puedo ser yo misma, no la mejor versión de mí, la sonrisa se apaga, se deja de meter el estómago y me siento como pueda.
Me olvido del día, no me importa nada a esa hora, puedo pensar en mí misma, en si quiero dormir con ropa o no, en que cobija usar, en dar mil vueltas antes de dormir, en jugar tontamente con mis pies, en despeinarme y leer lo que yo quiera. Son unos minutos en los que soy egoísta, amargada, desinteresada y me rio de lo que se me viene en gana. Puedo no contestar el teléfono, ser pícara e indecente, puedo dormir o no. Puedo escoger ser la peor parte de mí, la que nadie busca, la que nadie quiere encontrar, a la que al mundo le aburriría, la que no puedo compartir.
Luego de unas horas, duermo tranquila.
Son las 5 am...
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