Tomé la entrada entre mis manos, no supe si fue o no adecuado, pero debía entrar. Toda su promoción prometía al público presentar en las tablas una historia inolvidable. El reloj daba las cuatro de la tarde y una cortina negra separa mi camino entre la carretera y un mundo ensayado..
Primera llamada. Subo las gradas del teatro, mucho más pequeño que las estructuras hechas del café o con nombres pomposos, menos con asientos suaves o sonido majestuoso. Al encontrar mi asiento tengo a la derecha una juventud sonriente, a la izquierda la vejez que exhala experiencia.
Segunda llamada. La otras filas se van llenando, en silencio espero a ver como se engalanará la tarde. El escenario es pequeño, cinco metros a lo mucho, con piso de madera y rodeado por una manta negra.
Tercera llamada. Dos minutos después bajan las luces. Se enciende el escenario. Poco a poco artistas presentan sus obras, aplaudir es casi automático, ya bien se sabe que el arte es subjetivo, no soy quien para criticar.
A mi lado... (Tos) Atrás... (Tos) Adelante... (Tos). Estoy sola, rodeada por muchas y muchos, pero al final de cuentas estoy sola. Río por evocaciones, callo por respeto o temor, sonrío porque reconozco una mirada.
Encienden las luces.
Quince minutos de Intermedio. ¿Intermedio? ¿Para qué? Si no se con quién comentar. Enciende la luz de mi celular: "lo peor, cuando es llegadora" la respuesta a mi recuerdo de tiempos anteriores.
De vez en cuando me gustaría bailar en las tablas de madera, ser a mí a la que aplauden, devolver a mi alma la sensación de libertad que la música da.
Suben las luces, una reverencia, aplausos, saludos y termina la obra.
Yo bajo, me detengo, temo traspasar el telar negro, me espera una calle, sin luces ni tiempo determinados, sin artistas con parámetros para hacerme reír.
Primera llamada. Subo las gradas del teatro, mucho más pequeño que las estructuras hechas del café o con nombres pomposos, menos con asientos suaves o sonido majestuoso. Al encontrar mi asiento tengo a la derecha una juventud sonriente, a la izquierda la vejez que exhala experiencia.
Segunda llamada. La otras filas se van llenando, en silencio espero a ver como se engalanará la tarde. El escenario es pequeño, cinco metros a lo mucho, con piso de madera y rodeado por una manta negra.
Tercera llamada. Dos minutos después bajan las luces. Se enciende el escenario. Poco a poco artistas presentan sus obras, aplaudir es casi automático, ya bien se sabe que el arte es subjetivo, no soy quien para criticar.
A mi lado... (Tos) Atrás... (Tos) Adelante... (Tos). Estoy sola, rodeada por muchas y muchos, pero al final de cuentas estoy sola. Río por evocaciones, callo por respeto o temor, sonrío porque reconozco una mirada.
Encienden las luces.
Quince minutos de Intermedio. ¿Intermedio? ¿Para qué? Si no se con quién comentar. Enciende la luz de mi celular: "lo peor, cuando es llegadora" la respuesta a mi recuerdo de tiempos anteriores.
Si lo vieses conmigo estaría dispuesta a abrir ese telón de mi vida que no conoces. Disculpa sos protagonista de otra obra pero te he dado mi guión en las manos por si decides interpretar el papel que está escrito para vos.Vuelve la luz baja, sigue la obra... sigo riendo sola.
De vez en cuando me gustaría bailar en las tablas de madera, ser a mí a la que aplauden, devolver a mi alma la sensación de libertad que la música da.
Suben las luces, una reverencia, aplausos, saludos y termina la obra.
Yo bajo, me detengo, temo traspasar el telar negro, me espera una calle, sin luces ni tiempo determinados, sin artistas con parámetros para hacerme reír.
Ya es de noche, la función ha acabado.
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