Las pasiones tienen diferentes rostros, espacios y tiempos, sin embargo el deseo y el fervor se pueden vivir de tres a cinco minutos.
Algunos les da por contar, otros por hacer maromas y algunos por lucirse. Hablando de este momento, entre un hombre y una mujer (ya que es lo que conozco) es un juego en que se pone a prueba la capacidad de entrega a una persona.
Puedo alardear que muy pocos hombres han logrado dominarme y los que lo logran, están más plasmados en mi memoria que los que se adueñaron de mi boca alguna vez.
Se trata más o menos de dejarse llevar. Hay como quinientas formas y ritmos, pero la pareja que mejor lo hace es aquella que al iniciar se mira a los ojos, sabe exactamente donde poner las manos, hacer vibrar con el toque de la piel y encontrar el balance del aire.
Ahora si, los primeros pasos resultaron. Escucha la canción. No, no el reguetón no cabe acá, el rock depende, la cumbia ¡no!... bueno tal vez si, pero la odio.
Hablo más de una salsa, un merengue, una inigualable rumba, el sabor argentino del tango o el apasionante bolero; son ritmos que pueden llamarse abuelos, para mí son una delicia.
Bailar no es con cualquiera, es un momento de entrega a la música y al acompañante sin necesidad de hablar ni explicar. No es técnica ni 1, 2, 3, es una pasión de acordes.
Pero si bailamos y nos entendemos, eso dirá que todo va muy bien; si nos obligamos a hacerlo o nunca me viste a los ojos, para que intentar algo más.
Es divertido, rico y bueno, como la comida y otras cosas, pero como todo lo que vale la pena si no te detienes a sentirlo, no vale la pena.
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