Tiembla el momento, ese en que el frío de la neblina se borra con solo saber que estás dispuesto a llenar de sol mi día.
Asomo por la puerta la esperanza de tocar la luz de la luna llena y el temor de encontrar la luna nueva.
El mar de tus ojos se vuelve cada vez más impredecible. Y yo, sentada en la orilla viendo en sus olas el riesgo más grande que quiero tomar. Aún así, no sé nadar. No tengo una barca. Pero apuesto que una entrega a Poseidón me daría la cola que te enseñaría mi perfecto movimiento entre tu oleaje.
Es bien sabido, nadie puede tomar los frutos de una cosecha ya recogida, pero ver desde mi espacio los dulces frutos envueltos en el entretejido de tus más perfectos pensamientos, hace que ningún otro árbol dé un fruto que quisiera yo cosechar.
Limito la fuerza del viento que arrasa mi alma deseando como un huracán tomar la tuya.
No he ganado la dicha de los dioses, ya que Atenea insiste en darme su don y yo amaría que Dionisio tomara las mieles de una tentación hecha del cielo en las manos y el conocer la fuerza de Afrodita.
Comentarios